domingo 28, abril 2024
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Cuento de Frank Ruffino: Bacterial

I

Principio del fin

Cualquiera padece atroces pesadillas que al despertar vienen a ser sólo como un sinsabor superable desayunándose bien. Pero esta mañana Felipe abrió sus ojos a una terrible y peligrosa realidad, porque al advertir el desorden en su habitación, y ciertos objetos como el espejo, el reloj de pared y ventilador incompletos y carcomidos, llegó a preocuparse de verdad.

-¿Estaré en el Infierno? Este mundo que veo desde aquí es una réplica al revés porque ya nada guarda sentido -caviló.

Asumió también que, si otros sufrían idéntica situación, quizá sería el último día de la vida en este planeta, pues todo aparecía sin orden ni concierto, diríase bajo el ámbito de leyes físicas hasta ahora desconocidas en esta cuarta dimensión.

Poco a poco se percató de estos extraños fenómenos físicos. “No, no estoy loco, borracho, ni bajo la influencia de alguna droga”, pensó reconfortado: en Inicio de su Facebook se enteró de algunos hechos similares que experimentaban los internautas en sus vidas cotidianas.

Contaba una conocida suya, secaba la ropa no entendiendo por qué echaba a la centrífuga los garbanzos casi listos para el almuerzo; y un video mostraba cómo los deportistas realizaban sus ejercicios matutinos caminando o trotando y con estupefacción se exhibían sobre los tejados cruzándolos en infinidad de direcciones posibles y subiendo a los árboles y postes eléctricos donde realizaban exagerados ademanes nada deportivos…

Como cualquiera de sus amigos y amigas, convencido estaba ya no podría darse una simple ducha, o desayunarse, no por aprensión de lo visto en sus vecinos y leído en los confusos post colgados en su Facebook, sino porque al darle a la perilla del disco de vitrocerámica de su cocina, la cuadrícula de porcelanato blanco bajo sus pantuflas comenzó a calentarse, y tristemente el agua de la regadera fluía en estado gaseoso, formando interminables burbujas que, al tocar el jabón y el tarro del champú, crearon perturbadoras y diminutas explosiones que hicieron, desnudo como estaba se lanzara sobre la alfombra de su habitación buscando un lugar más seguro.

Felipe se percató de este error en lo más profundo de los pliegues del tiempo, espacio y la materia; deambuló desconcertado por su hogar tratando de comprender el estado de las cosas, imposible siquiera le era determinar la hora: la mayoría de los relojes y calendarios electrónicos habían pasado a ser objetos obsoletos, inservibles. Las publicaciones de la red databan de 2010, luego se proyectaban varios años adelante fechándose en meses del 2030, días de 2040 y, aseguraban los cibernautas de Japón, han avistado panoramas del futuro lejano, hacia 2083 o más…, y muy poco del presente año 2019.

Esperó algunos, no sabía cuáles amigos, pudieran ver su desesperado SOS confirmándole de una vez por todas esa fatídica realidad.

El muchacho, si acaso de 20 años y estudiante aventajado de matemática, encontró una excéntrica forma de ver televisión para enterarse de lo que verdaderamente acaecía en su mundo, abriendo la tapa del inodoro y bajando repetidas veces su manija para sintonizar los canales de noticias.

“DE SEGURO IGUAL LES FUNCIONARÁ ESTE TIP DEL FIN DEL MUNDO: POR FIN LA TELEBASURA VA A SU LUGAR CORRECTO”, posteó con ironía.

La gente y el planeta lucían trastocados: con consternación vio a una periodista exigir respuesta a dos afamados físicos de la Universidad de Harvard, y éstos únicamente resolvían crucigramas, jugaban cruz y raya y otros pasatiempos banales emitiendo espeluznantes risotadas frente a un pizarrón, exhibiendo caras de sonsos irremediablemente desquiciados.

“LITERALMENTE NADA EN EL MUNDO ESTÁ HOY A LA ALTURA DE LAS CIRCUNSTANCIAS”, agregó en otro comentario público.

Entonces, cerró el retrete y ante el inservible aparato televisor del salón por vez primera percibió en acción a esos monstruos, las funestas bacterias extraterrestres: dañinos gusanos invisibles de un lejano mundo devorando cada puntito del hormigueo de la pantalla, esa clásica estática que aseguran es producto del Big Bang universal, el vestigio más antiguo de la Creación misma, datada en trece mil quinientos millones de años

II

Un mundo sin sentido

Felipe ya no albergó la menor duda de lo sucedido esa mañana a su mundo. Se mantuvo firme informando mientras conservara su vida, pues la mayoría de sus amistades abandonaron el ‘barco’ de Facebook, incluso algunos autoproclamados ateos se dirigieron a la iglesia más cercana, clamando perdón, cosa por demás ridícula para él, nada religioso, pero sí practicante de la filosofía espiritualista.

Y ese día fue avanzado conforme la estrella marcaba, como siempre, su saludable paso, ajena a la tragedia de este pedrusco azul orbitándola, mas, ya se creía paulatinamente igual sería alcanzada por esa archipoderosa e ineludible reacción en cadena de destrucción masiva, una vez impactaran contra su masa los siniestros meteoritos (con su carga de seres demoledores) atraídos por su extraordinaria fuerza de gravedad.

De tal forma nada le sorprendió a la hora del almuerzo: Felipe observó en los restaurantes del pueblo a los comensales exigiendo explicaciones, pues no entendían apareciese en los platos confeti de colores, y las bebidas mutaban simplemente en polvillos de distintos tonos. Todo esto lo desconcertó más.

Poco antes de refugiarse definitivamente en su casa, acudió a la pulpería de la esquina con la esperanza que todo fuera más normal, pero encontró igualmente desubicado al usualmente sensato de don Alcides, amigo suyo: la señora Gloriana pidió harina, y éste pesó brillo fino en la romana, poniendo un clavo encima del manojo metálico, tal como hace el maestro pastelero al colocar la cereza a su mejor creación. Luego enrolló el producto en dos hojas de periódico, y giró hacia Felipe con su rostro desencajado, casi irreconocible:

-¿Tiene usted fósforos o un encendedor?

Y su voz le pareció al joven matemático macabra y cavernosa, como si viniera de otro mundo o hablara desde la propia tumba; los ojos desorbitados mientras sobre el mostrador gesticulaba cómicamente trabajando una masa inexistente para un pan que nunca llegaría a hornear.

Viendo esto, Felipe corrió despavorido a su hogar (“si es que aún existe”, se dijo), sabiendo nada volvería a la normalidad. Iba trotando hacia atrás, los coches igual en reversa, en cuenta dos ciclistas amigos suyos, Vargas y González, seguidos por una caterva de perros aullando a más no poder.

En el cielo las cosas no se presentaron tan distintas pues exhibía una convulsión más preocupante y dolorosa: influenciadas por un fuerte magnetismo y partículas sobremanera ionizando el vapor de agua, bandadas de voladores ruidosos de muchas especies describían círculos al contrario de las manecillas del reloj, graznando enloquecidos, cayendo los más débiles y viejos, baldados a causa de este sinsentido de practicar erráticas vueltas interminables al firmamento hasta perecer precipitándose sobre el asfalto, aceras, parques, tejados de casas, jardines y cabezas de las mismas personas que igual trataban de escapar sin saber a dónde.

Por fortuna encontró aún la puerta entreabierta, la haló en sentido contrario, hacia afuera, y logró cerrarla antes de que alguien entrara a su antiguo hogar tomándolo por polígono de tiro o sala de boliche. De súbito se advirtió en posición fetal sollozando sobre la alfombra carcomida por esos demonios invisibles, llamando a su madre María Rosa Eulalia, a quien había perdido cuatro meses antes.

De pronto un resplandor le sacó del penoso ensimismamiento y con dificultad pudo incorporarse ejecutando una estrambótica gimnasia y a duras penas alcanzó la ventana, percatándose también el vidrio era arrasado por estos visitantes espaciales, pero ya esto no le importaba, ni seguro a nadie inteligente, sensato y valiente: “crear resistencia ante un destino inexorable es exhaustivo”, reflexionó.

Tras otro fogonazo estruendoso, como por arte de magia a media cuadra distinguió a una bestia inmensa y horrible de tiempos remotísimos que devoraba a la parejita de novios colegiales que solía apostarse todas las mañanas contra la pared del jardincito de Obee, un danés amigo suyo de muchos años. Su descocado amor de adolescentes les encontró hasta el final pasándoles tan negra factura, quizá sin darse cuenta de nada. Ante la dantesca escena Felipe sólo sonrió gimoteando convencido de que su tiempo, el tiempo presente de todos, había llegado a su fin.

III

Hacia la oscuridad

Declinando la tarde creyó comprender lo sucedido: únicamente era cuestión de horas, tal vez minutos, para que el Apocalipsis tan anunciado destruyera todo, esos microorganismos cósmicos de alguna manera llegaron cebándose con la Tierra, de seguro, polizones en la lluvia de meteoritos de alta velocidad anunciada días antes del dos de octubre.

“La ciencia moderna no tiene ni tendrá ya clara la naturaleza de la energía oscura (a quien muchos sabios humanos achacan este estado de cosas), AUNQUE algunos astrobiólogos y otros científicos dudan de su existencia, pero ahora la población mundial lo sabe en carne propia, desde un sabio hasta el individuo más ignorante del planeta: la energía oscura, la antimateria o lo que sea (o una combinación de fenómenos inextricables), es algún tipo de vida exótica del cosmos llegaDA DESDE LA CONSTELACIÓN DE ORIÓN, un organismo propuesto a acabar con NUESTRO universo; estos seres invisibles carcomen y tragan todas las cosas DEL PRESENTE: tiempo, espacio, luz, neuronas, carne, hueso, aire, agua, hielo… desconfigurando y alterando en su hambre abismal la mecánica de las leyes físicas de esta dimensión desde el mismo átomo. Parece ser, el universo experimenta un proceso de Big Bang a la inversa, comprimiendo todo al punto inicial”, posteó.

Ya grandes regiones del orbe desaparecían; y Felipe, de nuevo ante su ordenador, advirtió extensos desiertos emergieron donde se suponía debía existir el mar. La luna irrumpió diez veces más voluminosa en el horizonte, hacia el oeste, siendo que durante este cataclismo final se encontraba en fase de cuarto menguante.

El griterío de la gente y el ruido de perros y aves se sumaron a un solo fragor pavoroso…

Esto es lo último que el estudiante de matemática escribió en su muro:

“Lo siento amigos y amigas: ya los circuitos electrónicos del CPU y el monitor comienzan a ser afectados por esta suerte DE hongos diabólicos y asesinos. He tomado mi celular y mientras pueda continúo relatándoles las características del fenómeno en esta parte del mundo, ATRAPADA en un torbellino infernal.

En este preciso instante algo vuelve a estremecer la casa, algo ominoso y bestial engulle mi hogar, sospecho pronto el móvil dejará de funcionar y por fin no sabrán más de mí, ni nadie de ustedes, porque a donde nos destierra o extingue este destino regresivo no existen aún los aparatos característicos de la era digital que va difuminándose en el pasado…

¡Ay!, como se los estoy advirtiendo: me percato voy ingresando en otro tiempo y espacio, no sé si esta última descripción de cosas SALDRÁ en mi muro…”.

(Su madre llama y llama desde la cocina advirtiéndole al pequeño Felipe, que ha vuelto a sus 10 años, entre pronto a la ducha. Ya el desayuno está calientito sobre la mesa, va a retrasarse si no termina de alistarse; indudablemente la niña Maruja se pondrá muy molesta…

Así de un salto Felipe se incorpora y corre hasta el cuarto de baño).

**

Diario Digital Nuestro País ha publicado aquí otros relatos de esta interesante y auténtica obra inédita que ya esperan los lectores ver en sus manos (saldrá en este mes de noviembre): “Loco a la carta”, “Un blanco amanecer”, “Otra especie de filantropía”, “El lector aparecido”, “Triste historia de un viejo anticomunista cubano”, y hace unos días “Desaparecer a Rocky” y “La sentencia”.

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