miércoles 1, mayo 2024
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Un blanco amanecer

Cuento de Frank Ruffino

I

Imagen panorámica

Tras un inusitado salto cuántico en las conciencias, de un día para otro la leche tomó el control de la situación en aquel país destrozado por el vicio.

Así, en esa pequeña porción de territorio hecha paraíso para el mal y la insensatez, nunca más fue epidemia la débil voluntad de los temerarios e irresponsables abusadores de las bebidas espirituosas y demás manías autodestructivas referidas a todo el amplio abanico de las adicciones del hombre.

Nadie supo la hora precisa, ese minuto o segundo en que se generó el peculiar milagro de apoderarse la vitamina blanca del deseo compulsivo de tragarla con sed insaciable, de olvidar en definitiva las sustancias tóxicas, encontrando en la leche, solo la leche y nada más que en la leche ese elemental soporte biológico por el cual todos crecemos hasta ser hombres.

¿Sería acaso el intenso y sobrehumano deseo de una Conciencia Superior el motivo para obrarse tan espectacular cambio?

¡Quién podría saberlo realmente!, ni religiosos, sociólogos o políticos pactaban un acuerdo con el objetivo de dilucidar la naturaleza de este reciente torbellino revolucionario para la sociedad, pues era tanta la histeria colectiva demandando la leche milagrosa, que no había tiempo para zambullirse en ociosas disertaciones filosóficas o bien enfrascarse en engorrosos y largos estudios.

A escasas semanas de esta transformación prodigiosa, la mayor parte de los establecimientos comerciales e industrias agroalimentarias torcieron el rumbo de sus negocios y producción, con la sola finalidad de ser parte de la bonanza propiciada ante el abismal y súbito giro socioeconómico del destino, creado por este radical rediseño mental y espiritual desconcertante y grandemente lucrativo.

El asunto es que pocos buscaban la causa del exponencial salto a la sobriedad revestido de ese profundo enigma, llamaba solo poderosamente la atención del mundo las enormes filas de arrepentidos alcohólicos y farmacodependientes en los alrededores de los supermercados a fin de comprar su leche. Y «enormes» era un adjetivo poco fiel y democrático para describir el efecto irresistible de imán por el vicio del alimento blanco: ¡las colas eran infinitas!

Porque poco se sabía dónde terminaba una y comenzaba la siguiente, entrecruzándose unas con otras cerca de los distintos puntos expendedores de abarrotes en pueblos y ciudades en aquel país, hasta hacía poco sumido en los malos hábitos de sus desordenados habitantes.

Mas en los campos era donde el fenómeno (al parecer exclusivo para el país que al fin salía de sus muchos años de, literalmente, vacas flacas) cobraba dimensiones épicas y surrealistas al constatarse desde los drones y helicópteros de los noticieros nacionales e internacionales, la increíble visión de caminos copados por interminables pelotones de hombres y mujeres instantáneamente regenerados de sus adicciones.

Todas estas multitudes en un éxodo marcial y perenne, marchaban con grandes trenzas de galones de colores asegurados a través de cordeles negros pasados por sus manijas, puestos sobre las espaldas; pertinentes garrafones blancos a lomo de caballo, mula o burro; botellas de a litro en manos de emocionados niños que las reflectaban proyectando la luz del astro rey hacia los sombríos y húmedos bosques vecinos, abarrotados de sorprendidas y sobrecogidas aves contemplando aquella inacabable y espontánea peregrinación humana… Y hasta transitaban a paso de tortuga camiones cisterna formando largos convoyes como si fueran hacia un frente común de guerra; todos en busca de su turno para ser despachados por el lechero y su creciente peonada, ahí, al pie del hato de corpulentas vacas frisonas y dóciles Jersey, más felices que nunca por la inesperada demanda del producto y de la prosperidad visible de la granja en tan breve lapso.

Y sucedía que muchos de estos mismos ordeñadores, ahora rubicundos y atléticos, días atrás habían sido enclenques vagabundos alcohólicos y viciosos empedernidos, causas perdidas para la colmena social, enfermos intratables y por ello sin cura posible ante el colapsado sistema de salud, y ya agotadas terapias alternativas que oferta el mercado. Ahora cada uno de los peones solo esperaba un resquicio libre en su labor para beber la próxima dosis de fresca, tibia y dulce leche, mientras apretaban con nostalgia las ubres perdiendo sus miradas en el prado, soñando con adquirir su propia lechería y prosperar.

Cual embrujo masivo, la leche se había apoderado de cada ámbito de la nación, un blanco amanecer eclipsaba el panorama de frontera a frontera y de mar a mar.

II

Retrato de un nuevo ser

A un mes de este salto cuántico del deseo de cambiar las sustancias nocivas para la salud, por esta locura de tomar copiosamente el bienhechor elixir de la vida, una madrugada por alguna calle principal de mi pueblo, al doblar la esquina, por poco colisioné contra un tipo robusto. Sin su habitual estilo de saludarme, no hubiera advertido se trataba del otrora borrachito Lázaro Valverde.

-Buen día trovador ‘corcor’ -mugió con tono enérgico y pícaro, al tanto atenazaba mi mano sacudiéndome con una efusividad y arremetida de toro de lidia, y todavía así tomando ‘corcor’ de una botellita la fresca y olorosa leche.

-Blanca ironía -me dije.

Advertí se trataba de un frasco reutilizado, anteriormente de venenoso aguardiente de manufactura clandestina, cuya etiqueta exhibía en grandes letras rojas su marca: «Beberito», y en caracteres menos sobresalientes, en letra negrita: ‘Aguardiente’. Paradojas del destino: ilustrando la composición aparecía un hombre adulto bigotudo con atuendo de bebé tomando su ‘leche’.

El ahora ser reformado, con la vivacidad y lucidez que le brindaba la clara y justa sobriedad, leyó mis divertidas cavilaciones.

-Nadie pierde su vida y familia por sobrepasarse de tragos con la leche -sentenció agitando ya el escaso líquido del recipiente de grueso vidrio.

-Pues sí, Lázaro amigo, ¿quién lo habría previsto? -le interrogué sorprendido de su extraordinaria y rápida transformación de despojo humano a corpulento ser de lucha libre.

-¡Pues le repito profesor Chus, la leche, únicamente la leche! -bufó.

Y es que ya había comprobado en mi amigo y otros ex empedernidos consumidores, el hecho de referirse y otorgarle a la leche per se, características antropomórficas y a la vez divinas como si se tratara de Dios.

De tal manera, en este puntual caso sin registro histórico (excepto por la consabida fiebre del oro) de cambiar profundamente una sustancia el destino de una nación, pues nada negativo reportaba el súbito giro de apoderarse, de no se sabe dónde, un espíritu blanco y alimenticio de este creciente sector de población adicto y retrógrado que traía de cabeza a la sociedad, hacia su inminente ruina y anarquía.

Lázaro palmeó con vigor mi hombro y dirigió una alegre mirada de reveladora empatía, dando a entender seguía su camino. Percibía mi asombro y, sabía, para un curioso incurable como yo este fenómeno no podía ser más excitante por su misteriosa naturaleza y resultados extraordinarios en la gente arrasada por las adicciones.

Y el restituido hombre pronto se alejó bramando en un alegre y sonoro trote rumbo a la lechería de resistentes tudancas de don Máximo Fuentes, distante a dos kilómetros, allá arriba, en las riberas del lago que llamamos Azul.

(*) “Un blanco amanecer” es parte del primer libro de cuentos del escritor y poeta Frank Ruffino, titulado “Los perros también soñamos” (20 relatos), que será publicado a finales de agosto.

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12 COMENTARIOS

  1. Como que no tiene claro que «la leche de vaca es para los terneros». No existen mamíferos que tomen leche de mamíferos de otra especie, a menos que sea por estricta necesidad. Tampoco extienden la lactancia hasta la adultez. Eso ocurre sólo en el ser humano por un extravío de los productotes de leche vacuna en contubernio con la publicidad y con la falta de información. Lo cierto es que los humanos no necesitamos leche vacuna ni sus derivados.

  2. Estimada Isabel: pero menos necesitamos alcohol y drogas. Falso: hace casi dos años un cáncer casi me mata, pesaba 46 kilos. Sólo leche de vaca tomaba, seis vasos diarios (no podía comer): me curé y hoy peso 90 kilos.¡Feliz domingo!

  3. EL CUENTO ES UN TANTO ALUCINADO, PERO ESTA MUY BUENO, ADEMAS, A MI ME ATRAE EL REALISMO MAGICO Y EL SURREALISMO. POR ALLI ALGUIEN COMENTO UN TRATADO SOBRE NUTRICION Y BIOLOGIA, PERO TE ACONSEJO NO RESPONDER CON DETALLES A ESOS DESUBICADOS DESACIERTOS. ESTO ES UN CUENTO, ES ARTE, ES ESPECULACION LITERARIA.
    FELICITACIONES HERMANO!!!

  4. Par for the course it’s the intellectual so called smart ones Project I g their own perceived intellect that miss the whole point and concept of the story entirely. The metaphor of milk could not have been more perfect and the relation to individuals seeing that their is a supstitute and as stated back to the basics the very thing that humans start off ironicly came to be the antidote to bring them back to a positive reality. Great insight Frank and also congradulations in overcoming your own person hurdle. I am going to start drinking it more milk you doubled your weight.

  5. Tu magica manera de contar hace que el trasfondo sea abierto y en mi caso el hilo conductor es netamente politico y recrea en mi mente las imagenes de tanta basura que nos venden. Lo natural siempre tendra la respuesta hasta para el cancer mi querido escritor y poeta.

  6. Mi amigo Paco:
    Mi señora siempre me pregunta (es 15 años menor que yo): «¿Porqué usted nunca se enferma?“…
    Yo se lo atribuyo a que siempre he tomado leche y comido frijoles.
    No me animo a ser crítico del arte de nadie, si no la pureza de nuestros escritos se vería llena de enmiendas por ajenos a nuestras ideas.
    El cuento me parece ESPECIAL.
    Mientras leía sobre sus adictos convertidos en lecheros, imaginaba la cantidad de talentosas personas sumergidas en los vicios que necesitan de algo que los rehabilita.
    ¡Ojalá tomarán de la leche que mande esa «Conciencia Superior»!

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